jueves, 28 de septiembre de 2017

Un barco sin puerto



Nacidos tras tiempos convulsos, bajo la firme mano, ya algo cansada de un general teñido con la sangre de todo aquel que discrepó, después del hambre y de la mayor parte de la represión, el país sale de un tiempo de penurias donde la normalidad es el la iglesia, el trabajo y la familia. Excepto de política y religión, podría hablarse de cualquier cosa.

Por aquellos años se hablaba de tener una radio o una televisión, algunos soñaban con un seiscientos. Se hablaba de futbol en los bares de barrio entre el denso humo del tabaco y el estruendo de los juegos de mesa ¡Doble pito y cierro!

Bajo la aparente tranquilidad, los más pequeños vivíamos otra realidad muy diferente.
La iglesia y la pedagogía se asociaron para adoctrinar a toda aquella prole del boom de los 60. Matizaron los libros convirtiendo la historia de España en un cuento de princesas a las que rescatar y dragones a los que vencer. Nos adoctrinaron con unos valores firmes, inamovibles, era una vergüenza no tener una vida de santo mártir, basada en el sacrificio y  valorar todo a través de la constancia y el sufrimiento.
Muchos de aquella generación alcanzaron grandes metas en sus vidas, los que más, volaron a otros países donde su saber y su ingenio serían valorados, otros manteniendo una vida honorable conseguidos con su tesón y mucho trabajo, normalmente en espera de una recompensa que a muchos, no llegaría nunca.

Un día la mente termina cansándose de mentirse o no encuentra más excusas y se cruza con la realidad. No, no esa que creías sino la que hay.
 Ahora entiendes por qué la segunda guerra mundial no fue la última, porque ninguna guerra tenía explicación.
Ahora entiendes que ir al cielo es una lotería de acertar que sea tu Dios el verdadero y que no hay Dios que explique la sangre derramada en sus nombres.
Y entiendes que “todos somos iguales” y “ante la ley” son dos mentiras de las más rastreras y que te la han metido doblada con todo lo listo que eres.

Te pasaste el tiempo cediendo el asiento pero no esperes que eso te pase a ti.
Algunos aprender de las bofetadas que da la vida y les fue diluyendo su entereza, sus esperanzas y siguieron el rio de la vida amarrados a un madero o ejerciendo de pirata y robando un barco.

Para los más tenaces que con gran esfuerzo y sacrificio se mantuvieron durante el suficiente tiempo antes de hundirse en el mismo rio que nos lleva a todos, la vida les reservaba un regalo insólito. Un mensaje para abrir solo en caso de naufragio y la buena gente es lo que tiene… que obedece.
Justo ahí, mientras tu Titanic particular se parte en pedazos y se hunde, lees la nota:

“Si quieres seguir… ¡nada!”

Los hay que reposan en el fondo, aferrados a la nota intentando comprender la broma macabra, sin tiempo de apercibirse de los hilos de marioneta atados a sus extremidades.
Otros saldarían el asunto con una compensación, lanzando al mar a otro u otros para salvarse.
Algunos, a quienes dedico este escrito, empezaron a nadar, sin saber a dónde, arrastrando las cadenas de sus valores que lejos de darles la libertad, les encadenan en un mundo donde todo aquello en que creías, ya no es moneda de cambio.

Mientras tanto, no hay otra cosa que el mar embravecido y frio, sin dirección que seguir, sin preguntas ni respuestas, pero tú nadas y nadas.
Tibio consuelo es encontrar en el mar otros como tú, que sin mirar atrás, arrastrando similares cadenas, sin tiempo ni para ver a quienes van quedando en el camino, entre ellos se reconocen y nadan y nadan.